jueves, 24 de diciembre de 2009

Cuento de Navidad de Roberto Carrasco

"Vicky Y EL ESPÍRITU DE La navidad" por Roberto Carrasco


Aburrida y arrodillada en el sillón preferido de papá, escribía en el vaho de la ventana su propio nombre. Era la palabra que mejor le salía. La V, la I, la C, la K y la i griega. Después lo borraba con la manga del jersey y volvía a estar aburrida. Afuera, las gotas de lluvia cristalizaban en miles de espejitos que reflejaban las luces con las que papá había decorado el porche. Desde la cocina, empezaban a llegar los primeros olores de la cena de nochebuena, aunque para ella aún quedaran un par de días. Bajó del sillón de un saltito y se acercó al gigantesco árbol que presidía el salón. De él colgaban cientos de bolas, resplandecientes como soles, de todos los colores, verdes, rojas, azules, sus favoritas eran las azules, y amarillas. Mamá tenía ojos en la espalda, en cuanto se acercaba al árbol de navidad, ella desde la cocina le gritaba que se apartara de él si no quería recibir una buena paliza. Qué aburrida era la navidad a pesar de tantas luces y tantas bolas. Le preguntó a mamá si podía salir un rato a jugar a la calle, y como cuando las madres están peleándose con un pavo de cinco kilos asienten a todo sin escuchar, se puso el abrigo para no pasar frío, abrió la puerta de la casa y bajó las escaleras.

En el descansillo, se encontró con la señora Carapena. Iba encorvada y cargada con dos bolsas de la compra.
-Buenos días, señora Carapena.
-Buenos días, niña. Qué hartita estoy ya y todavía no hemos llegado a la nochebuena. ¡Tantas compras, tanta gente por todas partes, tanto estrés...! ¿Es que ya no existe el verdadero espíritu de la navidad?
Vicky abrió los ojos como platos de postre y salió corriendo de vuelta a su casa. ¿Es que había un espíritu de la navidad? Qué miedo. Pero si era uno de la navidad, no podía ser malo como esos que había visto en los libros, que arrastraban cadenas y se cubrían con sábanas que robaban de los armarios. Si había un espíritu de la navidad, ella estaba dispuesta a encontrarlo y a decirle a la señora Carapena que sí que existía, y se lo llevaría a su casa para que lo viera. Pasó el resto del día preparando el equipo necesario para toda buena cazafantasmas. Una linterna que papá guardaba en el trastero, un rosario de la abuelita, que en paz descanse porque dios se la había llevado al cielo el verano pasado, un bollicao por si le entraba hambre en mitad de la expedición y un sunny delight por si le entraba sed.

Cuando oscureció, Vicky comenzó la búsqueda. Miró en el trastero, en los armarios, debajo de las camas, en el mueble donde mamá guardaba todos los zapatos, y el otro en el que guardaba todos los bolsos. Miró en la ducha, en la caja de lego, dentro de la lavadora y del lavavajillas y del microondas. Finalmente, espero en su cama, con la luz de la linterna encendida, a que el espíritu de la navidad se le apareciera. Aguantó todo lo que pudo, pero no le quedó otra que cerrar los ojos y quedarse dormida porque los párpados le pesaban demasiado.

A la mañana siguiente, Vicky se despertó con un cataplón que venía de la escalera. Saltó de su camita en pijama y salió a ver qué era lo que había ocurrido. Una ambulancia vino a recoger a la señora Carapena y esa misma tarde la devolvió a su casa con una pierna escayolada. Qué mayor y qué torpe era la señora Carapena. Y qué sola que estaba. No se había casado ni había tenido hijos, claro. Vicky decidió que había llegado el momento de interrumpir la búsqueda del espíritu de la navidad para ir a visitar a la pobre escayolada, que lo debía de estar pasando muy mal.

-Ya ves niña, la navidad sólo trae desgracias-le dijo la señora Carapena, señalándose la pierna mala.
-Ya, la navidad es un aburrimiento-le respondió Vicky-Papá se pasa todo el día decorando la casa y mamá, cocinando.
-¿No tienes amigos, Vicky?
-Dos, pero se han ido de vacaciones a esquiar. ¡Sus padres si que saben lo que es divertido!
La señora Carapena sonrió levemente e invitó a Vicky a que pasara. Estuvieron toda la tarde juntas, contando historias, bebiendo té, comiendo turrón y jugando a las cartas. También vieron fotografías, fotografías de antes de la guerra, de la guerra y de después de la guerra, de almuerzos en el campo y de paellas en la playa, de caballos, de castillos y de carreteras. Incluso había fotografías de un soldado muy guapo y muy elegante con su uniforme. La tarde se les pasó volando, y cuando llegó la hora de marchar, Vicky no quiso dejar sola a la señora Carapena y se la llevó con ella a casa a comer el pavo de cinco kilos que mamá por fin, había conseguido cocinar y rodear con patatitas francesas. Papá encendió las luces del árbol, menos tres que estaban fundidas, pero daba igual porque estaba igual de bonito. Al día siguiente, hubo regalos, pero de aquel año, Vicky no recuerda cuales fueron exactamente. De aquel año quedaron grabados otros detalles, como la expresión de felicidad de la cara de la señora Carapena, o la satisfacción de mamá cuando todos le dijeron lo buena que estaba la comida, o el momento en el que papá sacó la zambomba y comenzó a cantar villancicos junto al árbol iluminado. Fue el año, en el que Vicky, quiso buscar el espíritu de la navidad. Y sin saberlo, lo encontró.

Escrito por Roberto Carrasco

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un relato muy tierno que me recuerda mi infancia. Gracias, pues aunque mi relato pueda resultar duro, yo también creo en el espíritu de la Navidad.