"El Espíritu Navideño" por Iván Bienvenido Llanos Lajo
Aquella fría mañana de diciembre vino acompañada de una llamada que sonaría como suenan las obras de las calles a horas tempranas. Una simple llamada que pondría fin a las ilusiones y sueños que Pablo había ido forjándose junto a Jorge.
Aquel tintineante sonido despertó a Pablo sobresaltándolo de la cama, recorriéndole un frío sudor por el espinazo. Su cuerpo se encontraba helado. Miró hacia el despertador y vio aquella luz roja intermitente que le indicaba que la luz se había ido aquella noche. ¿Qué hora sería?, parecía entrar ya claridad por la ventana. ¿Qué extraño, Jorge aún no había regresado del trabajo? Levantándose, aún algo aturdido e inquieto, se dirigió al pasillo donde se encontraba el teléfono, un pasillo que aquella mañana se le antojaba largo y oscuro. No fue hasta el mismo momento de coger con su mano el auricular, cuando un frío le recorrió todo su cuerpo, dejándole la piel erizada y supo que lo que oiría a través del mismo, no serían buenas noticias.
Pasarían horas hasta que Pablo pudiera recobrarse de aquella noticia. Sólo fue escuchar las primeras palabras de quien le llamaba, para saber que algo malo había sucedido.
-¿Pablo Cabero?, le llamamos del hospital. ¿Es usted familiar de Jorge Merino?-
-Sí.- Titubeo, apenas llevaban unos meses casados.
-Jorge ha sufrido un accidente, pásese lo antes posible por el hospital.-
Pablo no escuchó más. Su cuerpo, ahora rígido, se movía como un autómata. Soltó el auricular dejándolo caer al suelo, y apoyándose sobre la pared de aquel pasillo, se dejó deslizar hasta acabar sentado sobre el suelo que se le antojaba frío. Se llevó las manos a su rostro y empezó a llorar desconsoladamente durante un largo tiempo. No le habían dicho nada, pero Jorge siempre le había explicado como era el protocolo que seguían en casos de fallecimiento dentro de un hospital. Respiró profundamente y observó aquel pasillo que parecía cerrarse sobre sí y volverse más oscuro por momentos.
Jorge ya no estaría aquellas fiestas junto a él. Nunca más volverían a estar juntos
Las luces de navidad comenzaban a iluminar las calles, mientras los viandantes de la ciudad miraban escaparates adornados por belenes, árboles y espumillón.
Debería respirarse el espíritu navideño del que Pablo siempre había presumido; sin embargo, abrigado hasta las cejas, recorría las calles sin prestarlas demasiada atención, en dirección al hospital donde trabajaba, el que hasta hacía unas horas había sido la persona con la que habría disfrutado de aquellas fechas. Ya no lloraba. No porque no lo sintiera, sino porque ya había llorado todo lo que podía.
Mirara donde mirara, a su alrededor solo veía típicas estampas de lo que el creía era la navidad: niños disfrutando de un papa Noël que se hacía fotos a la entrada de una tienda de juguetes, madres cargadas de bolsas de regalos, un grupo de amigas que habían quedado para una comida navideña, y jóvenes que ya no iban cargados de sus mochilas porque ya estaban de vacaciones y salían a disfrutar jugando con botes de nieve artificial y petardos.
Todo aquello le habría gustado si aquella mañana aquel dichoso teléfono no hubiese sonado.
Ahora, todo aquello que antes le gustaba ver, le resultaba doloroso. Parecía tratarse todo de una macabra pesadilla. No podía, por más que quisiese, sentirse identificado con aquel espíritu. Y fue entonces cuando comprendió que la navidad no siempre puede resultar tan dulce como uno se espera. Ahora se acordaba de los vagabundos que dormían en el metro o en el parque, o de aquellos que vivían en la ciudad solos y no tenían con quien compartir esas fechas, o de aquellos que trabajaban y debían cenar en un despacho de reducido espacio. Se acordó de los que como él, esas fechas perdieron a alguien. Y podría haberse acordado de muchos más, pero la presencia de aquel edificio tan frío como era el hospital le volvió de nuevo a la cruda realidad.
Ver a Jorge tendido, inerte, en aquel sitio, le terminó por derrumbar y supo que no tendría ahora el valor de volver sólo a su casa, aquella casa tan vacía y extraña como le resultaba ahora. Siguiendo las recomendaciones de una enfermera, Pablo se dirigió a la cafetería del hospital y se tomó un café caliente, mientras pensaba a quien poder llamar para que le recogiera allí. El tiempo pasaba, y Pablo, pensando más en los demás que en él, no terminaba por decidirse en llamar a nadie. Aquella noche sería navidad, una noche feliz, una noche familiar, una noche que no merecía ser destrozada por una noticia como aquella. Una noche que no podría ser como cualquier otra. Estaba decidido a guardar su móvil en el bolsillo de la cazadora sin haberse molestado en llamar a nadie, sino cuando, Héctor un amigo suyo, le llamó para felicitarles las navidades.
-¡Feliz navidad Pablo!, ¿terminando los preparativos para la cena?, anda pásame a Jorge, que quiero también felicitarle las navidades.- Se le notaba contento, desconocía lo sucedido.
Hubo un largo silencio que vino acompañado de un llanto espantoso.
-¡Pablo!, ¿sucede algo?- La alegría con la que le llamó se desvaneció, terminando por convertirse en preocupación.
-Jorge…- Su voz enmudeció, aún le resultaba doloroso hablar sobre lo sucedido.
-¿Qué le ha pasado a Jorge?- Héctor notaba que su pulsación se aceleraba.
-Me encuentro en el hospital, acabo de salir del depósito.- Dijo entre sollozos.
-¡Quédate ahí!, ¡ahora mismo voy para allá!, ¡No te muevas!- Colgó precipitadamente.
Héctor no lo dudó ni un solo momento, corrió al recibidor y cogiendo las llaves del coche se disponía a marchar cuando su mujer Clara le detuvo en el pasillo.
-¿A dónde piensas ir?, vamos a cenar en breve.- No estaba dispuesta a preparar todo ella sola.
Héctor se acercó a su mujer y dándole un fuerte abrazo la besó en la mejilla.
-Jorge ha fallecido, necesito recoger a Pablo en el hospital. No se cuando llegaré.-
Clara empalideció repentinamente pero comprendió la urgencia.
-Al menos abrígate, ahí fuera hace mucho frío.-
Héctor cogió la cazadora y se marchó.
Héctor encontró a Pablo, apoyado sobre la barra de la cafetería, con una presencia como la de un vagabundo. Aquel había sido un día duro para su amigo.
-¿Pablo, cómo te encuentras?- No esperó respuesta para abrazarle por la espalda.
-No muy bien. Es navidad y… Jorge… Jorge ya no está.- Apoyó su cabeza sobre el hombro de Héctor que no sabía ni que decir ni como actuar.
-Parece mentira lo tontos que llegamos a ser. Siempre pensamos que eso no nos puede pasar y cuando menos lo piensas, descubres que entre esos cientos de persona que fallecen todos los años en las carreteras en estas fechas, puede que nos toque a algún ser querido.- No podía evitar lamentarse de lo sucedido. Héctor le miraba fijamente a los ojos, su simple presencia reconfortaba a su amigo, y sabía que el silencio en muchas ocasiones decía mucho más que unas simples palabras.
-No puedo regresar a casa, está toda adornada. No quiero sufrir sabiendo lo que para ambos significaban estas fechas. Jorge disfrutaba adornando el árbol mientras yo iluminaba la entrada, y no tengo hoy valor para cenar sólo. No puedo regresar sabiendo que mi casa estaba hoy preparada para celebrar la navidad y que hoy no hay nada que celebrar.-
Héctor molesto en cierto modo por lo dicho, le agarró por los hombros y le miró fijamente a los ojos que brillaban iluminados por sus lágrimas.
-Pablo, eso no es la navidad, ni mucho menos el espíritu navideño que tanto nos intentan vender las campañas comerciales. La navidad es algo muy distinto, es una simple llamada de alguien del que hacía mucho tiempo que no sabías nada, o el adoptar un animal abandonado que te encuentras en la calle. La navidad es sacar lo mejor que cada uno tiene, y que insistimos en ocultar el resto del año. La navidad es saber perdonar cosas que nunca creíste que serías capaz de perdonar, dar aquello de lo que jamás te hubieras desprendido, ofrecer ayuda desinteresadamente, disfrutar de los momentos junto aquellos a los que aprecias. La navidad, sólo es lo bueno, y todo lo demás no es nada. Olvídate de las luces, los adornos, los regalos y felicitaciones. Olvídate de los dulces, cenas y comidas, la navidad es mucho más que todo eso. La navidad es una emoción, una sensación que nada puede envidiar a algo material.
Pablo le miró fijamente a los ojos y mostró una discreta mueca, semejante a la de una sonrisa.
-Hoy no hablaremos más del asunto, en mi casa hay una cena que nos espera, y tú estás invitado a ella; anda levanta y vámonos.-
Pablo obedeció y supo en aquellos momentos, que aunque no fuera fácil olvidar lo sucedido, sabía que alguien siempre estaría dispuesto a luchar junto a él aunque fuera en aquellas fechas.
Si la navidad tuviera un nombre ese año, llevaría el nombre de Héctor porque en tan pocos gestos demostró lo que es el espíritu de la navidad: amor, compasión, compañía, comprensión, solidaridad, dulzura, compromiso, etc…
Escrito por Iván Bienvenido Llanos Lajo
Dedicado para aquellos que consideran que la navidad va mucho más allá de lo simplemente material.
2 comentarios:
Me ha encantado tu relato. La verdad que es cierto, hemos olvidado lo que es el espíritu navideño. El mío también trata algo parecido. Felicidades, me has emocionado.
Javier Sedano
Muchas gracias, me alegra saber que te ha emocionado, sobre todo cuando yo no estoy muy seguro que valga para escribir. gracias de todo corazón!!
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