Nos encontramos en Málaga.
Era una noche cualquiera de febrero, el cielo estaba oscuro y había viento, parecía que fuera a llover. Pero la rutina del botellón que asolaba la plaza de la Merced estaba allí, sin inmutarse del tiempo que hacía. Cuando me acerque un poco más, podía vislumbrar a los que componían ese grupo estaban a lo suyo y desde donde estaba yo situado, podía oír la música rallante que de ahí provenía y el humo del tabaco de olía a kilómetros, sin mencionar el peste a alcohol y vómitos.
Estos eran los sábados por la noche para los jóvenes, donde no cuenta la edad sino la voluntad de olvidar al mundo exterior. Pude reconocer a un joven que conocía, pero me di cuenta de que se iba hacía un bar de copas llamado “Malagón”, próximo a la plaza antes nombrada. Este chico entró y yo un poco más tarde también.
Era moreno, alto, con ojos marrones, pero su cara se veía afligida por los efectos del alcohol. Vestía un pantalón vaquero rajado, camiseta interior de manga corta y una chaqueta vaquera. Tenía cerca de los 16 años y con novia, cuando me acerqué a él y nada más verme vino hacía mí y me asusté; y me eché hacía tras, por si vomitaba, ya que estaba un poco mareado. Le eche agallas y me quedé escuchándolo. Estaba peor de lo que yo me esperaba. Se quería morir y cuando le pregunté porqué, sólo me dijo que quería olvidar sus penas en el alcohol. Yo insistí y por fin me dijo que le había dejado su novia.
Yo me tuve que ir, pero cuando al día siguiente pasé por allí, pude ver que el local estaba precintado por la policía y en él, se encontraban los agentes. Me acerqué y le pregunté a uno de ellos que había ocurrido. A lo que me contestó que en la madrugada había muerto un joven por el consumo excesivo de alcohol. Le pregunté como era y me lo describió, tal y como lo había visto la noche anterior.
Me quedé blanco y me fui de allí y lo único en lo que podía pensar es que yo no había hecho nada en ayudarlo la noche anterior, aunque se encontrara envuelto en un mundo de alcohol.
Era una noche cualquiera de febrero, el cielo estaba oscuro y había viento, parecía que fuera a llover. Pero la rutina del botellón que asolaba la plaza de la Merced estaba allí, sin inmutarse del tiempo que hacía. Cuando me acerque un poco más, podía vislumbrar a los que componían ese grupo estaban a lo suyo y desde donde estaba yo situado, podía oír la música rallante que de ahí provenía y el humo del tabaco de olía a kilómetros, sin mencionar el peste a alcohol y vómitos.
Estos eran los sábados por la noche para los jóvenes, donde no cuenta la edad sino la voluntad de olvidar al mundo exterior. Pude reconocer a un joven que conocía, pero me di cuenta de que se iba hacía un bar de copas llamado “Malagón”, próximo a la plaza antes nombrada. Este chico entró y yo un poco más tarde también.
Era moreno, alto, con ojos marrones, pero su cara se veía afligida por los efectos del alcohol. Vestía un pantalón vaquero rajado, camiseta interior de manga corta y una chaqueta vaquera. Tenía cerca de los 16 años y con novia, cuando me acerqué a él y nada más verme vino hacía mí y me asusté; y me eché hacía tras, por si vomitaba, ya que estaba un poco mareado. Le eche agallas y me quedé escuchándolo. Estaba peor de lo que yo me esperaba. Se quería morir y cuando le pregunté porqué, sólo me dijo que quería olvidar sus penas en el alcohol. Yo insistí y por fin me dijo que le había dejado su novia.
Yo me tuve que ir, pero cuando al día siguiente pasé por allí, pude ver que el local estaba precintado por la policía y en él, se encontraban los agentes. Me acerqué y le pregunté a uno de ellos que había ocurrido. A lo que me contestó que en la madrugada había muerto un joven por el consumo excesivo de alcohol. Le pregunté como era y me lo describió, tal y como lo había visto la noche anterior.
Me quedé blanco y me fui de allí y lo único en lo que podía pensar es que yo no había hecho nada en ayudarlo la noche anterior, aunque se encontrara envuelto en un mundo de alcohol.
David García
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