Érase un anciano, delgado, casi en los huesos, con la cara arrugada y descuidad, ojos que apenas pueden ser abiertos y bastante pelo, aunque sucio y descuidado, era el más viejo de la aldea pesquera, hace una década había sido un gran pescador, lo cual se podía notar en sus manos.
Zacarías tenía 62 años, era el mayor de nueve hermanos; todos ya bajo tierra, no se había casado y no tenía a nadie, sólo a su perro Rufo. Vivía en un tranquilo pueblo pesquero del norte de España, en una casa en ruinas cerca de la playa donde ejercía su trabajo: pescador, en algo que ya no se merecía el nombre ni de barca. Lo llamaban el ermitaño de mar, por su soledad y fuerte carácter tan sólo iba a pueblo para canjear el poco pescado que recolectaba por las cosas más necesarias. Cuando fue a pescar sus castigadas manos apenas podían sostener el hilo y menos aun, atrapar un pez.
El invierno cayó y una fuerte tormenta se levantó en la mar. A Zacarías le costó escuchar a un niño en el agua gritar, sin pensárselo cogió su barca y se echo a la mar embravecida, a una muerte segura. Zacarías tiró del niño hacía la barca, pero fue tal el esfuerzo que perdió el control y chocó contra unas rocas. El niño logró salvarse y al ver al hombre, rápidamente descubrió que no era otro que Zacarías, el cual yacía en las rocas.
Las gentes de este pequeño pueblo cambiaron de opinión y desde ese día es recordad Zacarías, el ermitaño de mar.
Zacarías tenía 62 años, era el mayor de nueve hermanos; todos ya bajo tierra, no se había casado y no tenía a nadie, sólo a su perro Rufo. Vivía en un tranquilo pueblo pesquero del norte de España, en una casa en ruinas cerca de la playa donde ejercía su trabajo: pescador, en algo que ya no se merecía el nombre ni de barca. Lo llamaban el ermitaño de mar, por su soledad y fuerte carácter tan sólo iba a pueblo para canjear el poco pescado que recolectaba por las cosas más necesarias. Cuando fue a pescar sus castigadas manos apenas podían sostener el hilo y menos aun, atrapar un pez.
El invierno cayó y una fuerte tormenta se levantó en la mar. A Zacarías le costó escuchar a un niño en el agua gritar, sin pensárselo cogió su barca y se echo a la mar embravecida, a una muerte segura. Zacarías tiró del niño hacía la barca, pero fue tal el esfuerzo que perdió el control y chocó contra unas rocas. El niño logró salvarse y al ver al hombre, rápidamente descubrió que no era otro que Zacarías, el cual yacía en las rocas.
Las gentes de este pequeño pueblo cambiaron de opinión y desde ese día es recordad Zacarías, el ermitaño de mar.
David García
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